Un techo estrellado

   Me han dicho que hay un cielo precioso en el techo de esa habitación. Que noche tras noche las constelaciones bailan y adoptan mil formas diferentes y que un guardián las vigila: mira con cautela la figura de Aries, Orión y la Osa Mayor y se preocupa de que cada estrella esté rodeada de fotos bonitas para acompañar su eterna soledad. 
   Y sin embargo, hubo una madrugada en la que el guardián no pensó en estrellas, ni galaxias, ni teoremas físicos sobre microondas y rayos recorriendo aviones; o bueno, quizá sí lo hizo y aquellos silencios eran más inocentes de lo que sus ojos delataban. Ojos que, por cierto, merecen ser mirados más de 12 segundos. 
   Pues bien, esa madrugada de primavera, ocultos entre las sábanas, el guardián y un extraño visitante escondían entre sonrisas y desnudos y besos mil pensamientos de colores. Había pensamientos grises, azules, dorados y del color del fuego. Y entre preguntas aleatorias y confesiones personales ninguno podía conciliar el sueño. Y las horas pasaban velozmente, pasaban sin despedirse, sin ningún descaro, haciendo que el tiempo entre el guardián y el visitante se agotase.
   Tres días. Estoy seguro de que la ciencia lo consideraría insuficiente pero, ¿cuánto tiempo es poco tiempo y cuánto tiempo es mucho tiempo? Me han dicho que la Vía Lactea se estuvo formando durante 800 millones de años, pero esta enorme cantidad en comparación con sus vecinos, es considerada "breve". 
   Y quién sabe, quizá el guardián y el visitante aspiraban a eso: a vivir 800 millones de años 
en una sola noche. Y quizá, sólo quizá, lo consiguiesen.


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