Arte.

Arte.
Arte en sus venas. En sus suspiros. En la legaña que asoma tras su párpado húmedo. En su fina cabellera. En el esmalte de su dentadura. En cada peca de su mejilla izquierda y cada lunar de su pecho, que forman constelaciones infinitas de luz. La luz que ilumina su rostro y que hace que quede cegado por su belleza. 
¡Cuán espléndida criatura!
Su suave mano roza la mía y entablamos una estúpida conversación sobre aspectos banales de la vida. Está en reposo, sobre mi torso, y mueve su dedo alrededor de mi cuello. Se me eriza el pelo. Entra una cálida brisa por la ventana mientras las cortinas se insinúan al cielo. Y a lo lejos, desde la sala de estar, llega el leve sonido de un viejo vinilo jazz. Sus ojos, cansados; se cierran.
Es arte el verle dormida. El sentir su latido contra mi piel, sucia. 
Ser aquel que contamina su pureza es regalo. Ser el mero espectador de su museo interminable es pasión.
Todo tan humilde, tan tierno.
Ella ni siquiera trata de ser la artista, 
porque
Ella ya es arte.



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